Lunes, 18/12/2006 @ 01:43 AM

Cristales rotos

Cuando los cristales se rompen, lo hacen en miles de pedacitos que rebotan y hacen un ruido espectacular y caótico. Un sonido del que cualquiera huye de un modo instintivo, porque aunque nunca nos haya sucedido, ese sonido nos indica bien claro que alguno de esos trozos -con lo que cortan- puede terminar clavándosenos.

Creo que hay pocas cosas tan duras como ver que un sueño, que una ilusión, un castillo que has construído, se cae en pedazos desmoronándose con ese mismo sonido de los cristales rotos. Viendo que, algo en lo que has creído firmemente durante tanto tiempo se reduce al final a esquirlas que, si no se esquivan, pueden hacer mucho daño.

Hoy eso es una realidad. "Se acabó, y se acabó para siempre". Mi sonrisa permanecía inmutable, plástica mientras escuchaba esas palabras, mientras el sonido de los cristales desmoronándose amenazaba con más de un corte, por mucho que ya supiera que el castillo se había venido abajo.

Hoy había sido otro largo día de motos. Hoy con un aliciente especial: volvía a rodar con Alberto, y volvía a hacer la ruta de mi accidente. El día era igual de bueno que aquél, y todo iba igual de bien que ese mismo. Pero dentro de mí, curva tras curva, mientras me acercaba al lugar donde vovlí a nacer, iba recordándome cada segundo de aquel día, cada bache en la carretera. Y cada sensación de aquel golpe.

Llegué a la curva, y el nerviosismo me hizo cogerla un poco pasado otra vez. Sólo un poco, lo justo para recordarme que de alguna manera siempre estará presente en mi vida. Y bajo la visera de mi casco unas lágrimas que no podía secar regaban mis mejillas.

No puedo explicar la sensación que había en mi cuerpo al ir dejando atrás aquella curva, al comprobar que a pesar de todo, sobreviví a aquella, y sin importar que hoy al volver a pasar por ella vuelva a colarme, la vida -la carretera- seguía, y curva tras curva la iba superando.

Pero ahora llego a casa, y cojo el casco de aquel día. Lo tenía guardado desde entonces. He decidido que debía desaparecer. He salido a la calle y lo he dejado encima de un cubo de basura. Me ha costado 10 minutos de reloj soltar la mano y dar un paso atrás. Y luego otro. Y luego darme la vuelta para volver a mi casa.

A cada paso que daba algo dentro de mí se desgarraba un poco, y me daba cuenta de cuánto cuesta soltar.

Y aunque ya no necesite ese recuerdo en mi casa para saber que estoy vivo, para recordarme lo que significó volver a nacer, aunque se haya convertido en un objeto que ya no quería guardar, sé que seguirá en mi corazón cada día, que cuando me ponga mi otro casco sentiré lo cómodo y seguro que me sentía con el que llevaba en el accidente, incluso cuando ya estaba roto.

Y sabré a ciencia cierta que esa sensación me acompañará toda mi vida, me guste o no.

Hoy me sorprendo (¿me sorprendo?) llorando. Pero, si no llorase por esto, ¿podría hacerlo por algo en mi vida?

-kali dixit, kali drinkit- | [enlace permanente] | Categoria: general