La gente cambia. La gente nunca cambia.
Resulta difícil explicar lo que sientes cuando el tiempo empaña los recuerdos, cuando poco a poco la
tristeza va dejando paso al rencor, cuando lo único que puede sosegar tu alma es el olvido.
Anoche fué uno de esos momentos en que te sientas delante de una persona, y no sabes quién es
exactamente. Puedes pensar que lo conoces de toda la vida, o creer que en algún momento llegaste a
conocerlo, pero te sientes desnudo frente a un toro embolao, sin saber muy bien por dónde va a salir,
o si tal vez aún quede un resquicio de lo que un día creíste que era.
Recuerdo mil conversaciones acerca de si las personas nunca cambian, las personas siempre cambian,
creo que nadie se pone de acuerdo. De hecho me encanta una escena de la película "Historia de lo
nuestro" de Bruce Willis, en que la amiga del matrimonio roto sale hablando con la exmujer diciendole
"La gente nunca cambia" y medio segundo después hace un cambio de escena para estar en un restaurante
con el exmarido y diciendo "La gente cambia".
Así que la única conclusión aceptable a la que llego es que la gente nunca cambia, hasta que un día lo
hace y ese día deja de ser quien era para convertirse en otra persona, unas veces mejor, otras veces
peor, pero otra persona que tampoco cambiará. Hasta que lo haga.
Lo único cierto es que hoy, tanto tiempo después, carece del más ínfimo sentido el buscar una razón,
una culpa, y si me apuras, una explicación a todo lo que sucedió. El único hecho palpable es que lo
que un día fue comprensión, unión, y confianza es ahora tan solo distancia, amabilidad fingida, y un
ligero y amargo regusto a tristeza que, como suele suceder en estas cosas, el tiempo irá mitigando.
Podría entrar en discusiones y argumentaciones vanas, que no solucionarían nada, porque como he dicho
la gente no cambia (salvo cuando cambia) y las opiniones se mantienen por norma general en las cabezas
de la gente que no cambia. Podría empezar a disertar sobre conceptos de amistad, o sobre conceptos de
respeto, o incluso sobre conceptos de sinceridad. Pero nada de ello cambiaría las cosas. Por eso la
solución de la palabra, la de hablar sobre las cosas, tal como el tiempo se ha empeñado en
demostrarme, no vale de nada. Al menos en este caso.
Pero sí hay una cosa que a pesar de todo esto tengo muy clara. Nadie merece que se rian en tu cara
cuando explicas un problema. Nadie merece que le expulsen de su vida, parafraseando a Yosi, "como se
rompe una quiniela fallida", para luego pretender volver como si nada hubiera sucedido, como si el
desprecio fuera algo contemporalizable.
La libertad es un derecho inalienable -o debiera serlo-, pero quien hace uso de ella, debe estar
plenamente concienciado de que siempre conlleva consecuencias. Y de la misma manera que hay que saber
hacer uso de ella, hay que saber aceptar las consecuencias.
Y no fui yo quien tomó la decisión.
Hoy es un día negro que sigue a una noche negra