Jueves, 24/11/2005 @ 08:08 PM

Que extraño que nos pase algo igual...

En el rol yo también tengo que ser más rápido... ya se sabe que cuando las brujas van, los gatatos las siguen...

Aquí posteo la historia que hoy Marco me ha pisado, aunque casi la he conseguido dejar igual.

¡¡¡MARCO, ERES UN HOMBRE!!! (pero no me pises más, macho)



Nota: Éste corte pertenece a nuestra historia compartida en saldeKiZio, que podéis leer entera en el foro. Se llama El Despertar

Wallace sintió cómo todas las miradas le pesaban, y se quedó sin saber muy bien cómo salir de aquella 
situación.
- Señor, ahora no hay tiempo para explicaciones. Está muy débil y no le queda mucho tiempo. Tenemos que hacer algo o morirá.
- Tienes razón, Wallace... Úrsula, por favor, llévatela al sótano y prepáralo todo. Me parece que esta noche no iremos al Grand Theater. Y llévate contigo a la otra chica, necesito hablar con Wallace antes de nada.
Úrsula le miró con suspicacia, pero no cuestionó su orden. Era cierto que había demasiadas incógnitas que resolver, y no podían permitir que aquella joven muriese sin darles una respuesta. Quien fuera que le hubiera inflingido aquella herida se había ensañado con ella, y esa clase de agujeros no se hacían con armas que los humanos manejaran a menudo. Además no quería perder de vista a Sheresia, y quedarse a solas con ella sería una buena oportunidad para sacarle algo... aunque no fuera información.
Wallace le ofreció el cuerpo lacio de la joven y se sorprendió de que aquella dama tan estirada lo levantara como si fuera una hoja de papel. Desde luego no resultaba propio de una mujer de su condición. Vió desaparecer a las tres misteriosas mujeres por una escalera ricamente adornada, y de pronto sintió que la presencia de Sir Ledous se hacía enorme sobre él.
Miró a sus ojos y se quedó paralizado, parecía como si de pronto fuera más grande y Wallace se sintió aferrado por él a pesar de que Ledous mantenía sus manos entrelazadas a su espalda. Los ojos de Ledous parecían haberse tornado más oscuros y Wallace podía adivinar su incomodidad hacia toda la situación.
- Será mejor que me des una buena razón para aparecer aquí acompañado por dos desconocidas, Wallace. No quiero tener que recordarte nuestro acuerdo acerca de tu silencio. Te dí más dinero del que hubieras ganado en tu miserable vida con tu miserable trabajo, y apareces a media noche en mi mansión, con una mujer desangrándose... ¡¡DEMONIOS, WALLACE, EN QUÉ ESTÁS PENSANDO!!
El herrero sentía cómo el terror -o quizá la impresionante figura de Ledous sobre él- lo aplastaban y le hacían insignificantemente pequeño como una cucaracha. Con un hilo de voz se atrevió a contestar al imponente aristócrata:
- Discúlpeme, señor, sé que es una imprudencia haber venido así hasta aquí... Me... me... verá, Sir Ledous -se envalentonó un poco, recuperando su porte- ésta tarde, mientras terminaba mi trabajo en la fragua... verá, el fuego... una visión...
- Wallace, no agotes mi paciencia -le espetó Sir Ledous-
Wallace tragó saliva y se puso a hablarle de la visión en el fuego, de cómo su instinto lo había llevado hasta la iglesia de Saint Denis, y cómo había llegado justo en el momento en que algo que no podía definir dejaba casi destripada a aquella extraña joven. Le habló de su abuela, del Don, y de cómo no podía acudir a nadie más en la ciudad. También le dijo que algo extraño en aquella chica le decía que tenía que ayudarla a toda costa, y que eso le había impulsado a asumir el riesgo de plantarse en casa de Ledous a tan intempestivas horas.
- Verás Wallace querido... sabes cuánto aprecio la discrección sobre mi vida y mi trabajo, espero que comprendas que si alguien te ha visto venir hacia aquí con una mujer desangrándose en tus brazos no va a ayudar mucho, ¿si?
El herrero empezó a pensar que había sido una mala idea acudir esa noche. Todo era demasiado extraño y aunque su instinto lo llevaba inequívocamente hasta allí, ahora le decía que su vida pendía del estado de humor de Sir Ledous. Éste le miraba atentamente, como escrutando en sus ojos buscando algo. De pronto le dijo:
- Sin embargo has mencionado a tu abuela y el Don. Conocía bien a tu abuela, Wallace, y has conseguido despertar mi curiosidad al respecto. De modo que vamos a ver qué podemos hacer por esa chica. Tiene que darnos alguna explicación, visto que tú no puedes.
Wallace notó cómo aquella presión desaparecía, y respiró aliviado. Sir Ledous volvió a llamar a gritos a May, y la joven apareció relamiéndose.
- May, quiero que lleves a Wallace al salón de invitados y que lo trates como si fuera de la familia. Tengo trabajo que hacer abajo. - Como quieras, Ledous - Ah, May... una cosa más. - ¿Sí? - Asegúrate de que no le falte de nada... NADA, ¿queda claro? Te advierto que si tiene el más mínimo problema me encargaré de tí sin el menor miramiento
May le dedicó una incómoda mirada a Sir Ledous y refunfuño algo para su cuello antes de responder.
- Por supuesto... le haré sentirse en la gloria, pierde cuidado.
Sir Ledous dedicó una última mirada a May en tono amenazante y pidió al herrero que lo disculpara, justo antes de dar media vuelta con aire majestuoso y encaminarse hacia la escalera por donde desaparecieron Úrsula y las dos extrañas chicas.
- Sígueme, Wallace. Sir Ledous quiere que te de un trato excepcional, y siempre soy muy servicial con los amigos de Ledous.
Wallace sintió un escalofrío que le recorrió la espalda y se le hizo un nudo en la garganta que sólo le dejó asentir amablemente a la bellísima May. Cogió la mano que aquella le ofrecía amablemente y se dirigieron hacia unas enormes cortinas granate que ocultaban un salón iluminado sólo por unos cirios lacados con extraños símbolos. Mientras la seguía, Wallace sintió cómo el deseo ardía dentro de él, como si May se hubiera metido en su cabeza y le estuviera susurrando seductoramente al oído...

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