Martes, 13/06/2006 @ 05:09 PM

Una historia que nunca fue

Salí de trabajar en el centro, tarde como siempre. Me tocaba ir a un cliente importante, de esos que te quedarías en sus oficinas sólo para poder ver un palacio por dentro.

Cuando pisé la calle la realidad volvió a caer sobre mis hombros, haciendo que mis ojos recorrieran de nuevo el suelo que tenía delante. Envuelto en mi música entré al Metro de Noviciado, sorprendiéndome de sentirme aún sorprendido por lo pequeña y cutre que es esa estación.

Tras un trasbordo rápido cogí la línea que me devolvía a mi cárcel particular de rejas y PC's, pensando, dejándome llevar por la nostalgia y el daño que sentía dentro, tratando de poner todas mis ideas en orden para dar una respuesta que me habían pedido y que no sabía dar.

Absorto empecé a pasar la mirada por todas las almas que habitaban mi vagón, y me pregunté por qué la misma amargura, desidia y tristeza, se reflejaban en la mayoría de los rostros que allí podía ver.

Y en ese momento, casi sin darme cuenta, una mirada se cruzó con mis ojos. Apenas duró medio segundo pues, casi de un modo instintivo, como protegiéndose, aquellos ojos se desviaron hacia el punto más intrascendente que encontraron cerca.

Aquella mirada esquiva me había intrigado. Tal vez estuviera pensando lo mismo sobre las amarguras y desidias de nuestros compañeros de vagón. Tal vez ese cruce de miradas fuera sólo una imaginación mía. Quizá símplemente fue la coincidencia de dos miradas vagando y que se rozan un instante en su viaje por el vagón, sin darse apenas cuenta.

Decidí olvidarme de aquello y centrarme en mi música, en una de esas canciones cálidas y a la vez tristes que nos transportan hacia un mundo mejor, aunque sólo sea en nuestra imaginación. Y entonces, una vez más como por casualidad, aquella mirada se cruzó con la mía.

Ésta vez la mirada tenía unos ojos detrás, y más allá una cara asustadiza que volvió a evadir mi mirada cuando se dió cuenta del roce. Y de nuevo aquellos preciosos ojos verdes enmarcados en una expresión melancólica buscaron cualquier punto para evitarme.

En mi mente surgieron historias, encuentros, ella acercándose o yo sentándome a su lado. Surgió un silencio cómplice entre los dos, mirándonos a los ojos sin decir nada, pero sin apartar la vista por miedo o vergüenza. Surgieron parques y charlas, surgieron caricias y juegos sin prisas. Surgió un vértigo que hablaba de cuentos, de historias por contar, de historias que nunca serán.

Recordé una canción y me dije a mí mismo, "He de decirle algo antes de que me marche de este sucio vagón, y quede muerto". Pero el tren se detuvo en mi estación. Vacilé unos segundos mirando esos ojos esquivos, que seguían fijos en algún punto del suelo...

Y entonces las historias se desvanecieron de mi mente. De un brinco salí del vagón justo cuando cerraba sus puertas, y empecé a recorrer el andén mirando por la ventana, y encontrando esos ojos de nuevo, que me veían alejarme inexorablemente.

Cuando llegué a la escalera me detuve, me dí media vuelta, y ví como el tren desaparecía por su túnel. De entre todas las ventanas de los vagones, aquellos ojos volvieron a cruzarse por última vez con los míos, tal vez conscientes de que las mentes de los dos habían compartido en un momento una de esas historias que nunca serán...

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