Lágrimas de fuego
Hay veces en que una burbuja nace de tu estómago, y va subiendo hacia arriba. Por el camino se encuentra con otras
burbujas y con otras sensaciones de diversa índole, haciéndose cada vez una pelota más y más grande. Esa pelota que
es de todo sentimiento almacenado en tu interior, y a la vez es de nada, sube hasta que llega a tu garganta. En ese
momento, irremediablemente, se atasca. Se hace una bola grande y caliente clavada en tu garganta, que duele sin
doler, y quema sin quemar. Una bola que no te deja comer, que no te deja ni respirar.
Esa bola -o nudo- sólo sale de una forma. Desangrándola en lágrimas. Como un bloque de hielo al que le acercas el
fuego, se va derritiendo poco a poco, formando un reguero que, en lugar de bajar, sube desde tu garganta hasta tus
ojos, cavando surcos a su paso, dejando una huella que tardará tiempo en borrarse. Y cuando por fin consigue asomar
en forma de lágrima, aunque estés sonriendo, se desliza por tu mejilla ardiendo como si proviniera del mismísimo
infierno. Arde y duele. Como si llorases sangre.
Hoy no puedo evitarlas