Lunes, 16/07/2007 @ 06:51 PM

Nombres

En nuestro mundo no sabemos vivir sin nombres. Desde el día en que nacemos necesitamos asignarnos un nombre como seña de identidad, como relación unívoca de nuestra persona con algo que, sin definirnos en absoluto, nos va a identificar durante el resto de nuestras vidas.

Unas vidas durante las que necesitaremos los nombres para comunicarnos, para entender todo aquello que nos rodea, todo aquello con lo que podemos interactuar en mayor o menor medida.

Después, en un momento dado, por alguna razón que desconozco, aparece el miedo a los nombres. De repente nos parece como si una situación, sólo por llamarla de otra manera, dejara de ser tal situación. Casi sarcásticamente las cosas se convierten en políticamente incorrectas sólo por nombrarlas de forma diferente, o los conceptos que siempre han existido se transforman en actuales por arte de magia al darles nombres nuevos (en su mayoría convertidos del inglés o inventados con finales en "-ing").

Así sucede que ya nadie sale a correr a la calle mientras el Decathlon se forra vendiendo productos para el jogging (o el footing, que es peor). O aquellas reuniones que tenían los empresarios han quedado desbancadas por los "meeting", que son mucho más productivos. Claro que es normal, ya que ahora son MBA's y no empresarios.

Pero la cosa no se reduce a detalles pejigueros sobre el idioma. En un montón de ocasiones en nuestra lengua natal podemos ver los mismos asuntos, casi siempre motivados por lo que resulte más políticamente correcto. Por ello los negros son ahora gente de color, los asilos residencias, y un montón más de excusas -que es al fin y al cabo todo el barullo- para no llamar a las cosas por su nombre.

Por alguna razón en mitad de todo el proceso de necesitar nombres para referirnos a las cosas, nos negamos a utilizar aquellos de los que disponemos, como si sólo por usar otros la cosa cambiara.

Al final, todo son excusas. Porque en el fondo, por mucho que queramos mirar a otro lado y negarnos a llamar a las cosas por su nombre, sabemos que lo son. Y cuanto más nos obcecamos en no llamarlo de esa forma, más se convierte en eso mismo.

Sólo que al final esa manía por negarlo se volverá en nuestra contra.

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