Jueves, 30/08/2007 @ 12:54 PM
En un tren
Llevaba toda la semana yendo a trabajar a un pueblo a 90 km de la
ciudad. En ese país, el único medio de transporte asequible era el tren,
aunque ya se había convertido en un auténtico experto en perder trenes y
cambiar billetes. Esa misma mañana, incluso, había descubierto la forma
de colarse en un tren para no esperar dos horas en la estación.
El día había salido muy bien y había terminado mucho antes de lo normal,
así que fué a la estación con la esperanza de conseguir un tren que le
devolviera a la ciudad a tiempo para comer.
Las colas en la venta de billetes eran increíblemente largas, como
siempre, y después de esperar su turno la señorita nada amable del otro
lado de la ventanilla le indicó por señas que para el tren que él quería
tenía que ir a la ventanilla de al lado.
Con resignación y el volumen del mp3 a todo trapo se dió la vuelta
desandando la larguísima cola de la ventanilla de al lado, y a medio
camino le sorprendió ver a una pareja de occidentales, los únicos que
había visto en aquella estación en toda la semana.
Él, un chico alto y fuerte, con cara de pocos amigos y unas gafas de sol
innecesarias que agravaban su antipática apariencia. Ella todo lo
contrario, más bien pequeña, cara dulce, con rasgos suaves y unos ojos
alegres. Su mirada, la de ella, se cruzó con él en su camino y ambos se
dedicaron una sonrisa cómplice como buenos extranjeros en un lugar tan
extraño y a veces hostil.
Un rato después aquella pareja abandonaba la fila con sus billetes y por
el camino de nuevo sus sonrisas se cruzaron, como despidiéndose. Cuando
consiguió alcanzar la ventanilla el primer tren con plazas no salía
hasta casi dos horas después, así que sin mucha más elección, decidió
comer y pasar la espera en el KFC de la estación.
Pidió lo de siempre, no vaya a ser que le colaran otro pez empanado y
picante, y subió a la segunda planta a leer tranquilamente mientras
comía. Cuando consiguó una mesa libre se relajó por fin un rato y como
solía hacer siempre su mirada empezó a navegar entre el mar de cabezas
que le rodeaban. China es un país fantástico para perderse así, porque
siempre había más gente alrededor de la que se podía contar.
Y en medio de aquel paseo ajeno al mundo que le rodeaba, como si los
extranjeros tuvieran una especie de aura fosforita que hiciera fácil
localizarse, vió a otra chica con pinta de italiana, alta, estupenda.
Fea a su parecer, pero estupenda, con unas piernas interminables y unas
gafas de sol exageradamente grandes colocadas innecesariamente también
sobre sus ojos. ¿Dos del mismo tipo el mismo día, aquí? Parecía extraño.
La siguió con la vista hasta rozar el descaro, y después de dar vueltas
por el restaurante encontró a alguien y se sentó con ellos... que
resultaron ser la pareja de la cola de los billetes. Allí estaban de
nuevo el tipo alto y la chica de ojos dulces. Y allí de nuevo sus
miradas se cruzaron, compartiendo una de esas sonrisas que parecen decir
"¿Otra vez?"
Pasó el tiempo inmerso en su libro mientras comía, y de cuando en cuando
levantaba la vista a la sala, encontrándose siempre con aquella mirada,
de manera más o menos accidental, y siempre sonriente. Una sonrisa que
se contagiaba.
Como siempre el tiempo se le echó encima y tuvo que salir corriendo a la
estación para no perder el tren. Cuando recogió su mochila y echó a
andar buscó de nuevo a aquella chica, que aunque iba con otras dos
personas, parecía estar totalmente sola e iluminada como una antorcha en
mitad de la oscuridad. Sin embargo esta vez sólo encontró su mesa vacía.
Volvió a meterse en su mundo interior con la música a todo volumen y fué
hacia la entrada de la estación. Allí, en el control de billetes, se
encontraron de nuevo. Para no resultar pesado, trató de cruzarse lo
menos posible y seguir en su mundillo y se dirigió a la sala de espera
que le tocaba por su tren. Mientras subía las escaleras no pudo evitar
echar una mirada disimulada atrás, y como si lo supiera de antemano allí
se encontró al trío de italianos (o eso parecían) subiendo por las
mismas escaleras. ¿Sería posible que también coincidieran en tren? En
realidad aquella sala albergaba la espera de 5 trenes distintos, así que
era poco probable.
Sacó su libro y esperó sentado a que les dieran paso al andén, aunque
como llegaba con el tiempo justo apenas sí pudo pasar de página. Y
mientras se saltaba la cola aprovechando una puerta abierta, miró de
nuevo atrás y vió que los italianos esperaban en otra hilera,
seguramente para otro tren. Así que mentalmente se despidió de ella, y
con el libro en la mano y el dedo pillado para no perder la página, bajó
hasta el andén flotando y sonriendo con tanta coincidencia, divagando
sobre los cables de los trenes y el incomprensible sistema chino de
control de pasajeros.
Cuando el tren llegó tuvo que correr hasta su vagón, el primero del
convoy, porque allí los trenes no esperan a los pasajeros. Al subir se
dió cuenta de que el billete que le habían vendido era de primera clase,
y le entró la risa al encontrarse en un vagón de "lujo" (en la medida
china) acompañado por apenas otros 3 pasajeros. Se acomodó e intentó
abrir el velo que cubría la ventana, aunque era imposible, así que
decidió poner el libro en la mesilla y leer tumbado como si hubiera
pagado una primera clase.
Al medio minuto subió más gente al vagón, pero enseguida se puso en
marcha y en total eran 10 personas en un vagón de 100. Pero tal como en
el fondo se había imaginado, por el pasillo avanzaron los italianos
hasta sentarse dios filas más alante. A mitad del vagón los asientos
cambiaban de orientación, y dió la casualidad de que tal como se
sentaron, ella quedaba frente a él, sólo dos asientos más alante.
De nuevo aquella sonrisa, esta vez más mantenida, una mirada larga de
esas que no se despegan, de esas que tienen que significar algo a la
fuerza. Aquellas formas, en el fondo, no podía evitarlo, le recordaban a
una chica con la que había estado hacía tiempo, y quién sabe si por eso
o símplemente por esa forma de sonreír, no pudo dejar de mirarla. De
cuando en cuando bajaban los ojos a su libro él, a su cuaderno ella. A
ratos perdían sus miradas por la ventana nostálgicamente, como
perdiéndose en recuerdos que pasearan entre los árboles que el tren iba
dejando atrás lenta pero incesantemente. Pero siempre, de una y otra
forma, volvían a cruzarse.
El tiempo pasaba tan lento como las estaciones de camino a la ciudad,
hasta que en una de esas miradas se decidió a levantarse y sentarse en
el asiento de enfrente. "¡Hola! Es que como he visto que te has decidido
a perseguirme he pensado que mejor nos presentábamos". Unas sonrisas
compartidas, amplias, ya sin ser de refilón, unos besos inocentes en la
mejilla, cuánto tiempo llevas aquí, a qué te dedicas, esas típicas
conversaciones preformateadas que constituyen el repertorio básico de
toma de contacto entre extranjeros; unos ojos azules tremendamente
dulces aunque llenos de cicatrices de penas, algún que otro silencio que
sorprendentemente (o no tan sorprendentemente) no se hacía incómodo;
algunas risas y el tiempo alargándose, agradeciendo ambos que la señora
antipática de la ventanilla les diera el billete del tren lento... Todo
aquello pasó ajeno al resto del mundo que les rodeaba, y algo entre
ellos empezó a acercarlos peligrosamente...
...
La megafonía del tren anunció en chino y en inglés macarrónico que
llegaban a la estación de Shanghai. Y aquella escena de los dos pegados
se empezó a desvanecer en el velo de la ventana entremezclándose con el
paisaje de la ciudad que planta rascacielos de lujo en plena barriada de
chabolas.
Desperezándose sin la menor de las ganas, él se levantó y cogió su
mochila para guardar el libro que seguía abierto por la misma página que
cuando se sentó, y con esa mala gana de odiar la realidad volvió su
mirada hacia ella antes de bajar del tren. Allí estaba, de nuevo,
dedicándole otra sonrisa pero sin decir nada. Le devolvió la sonrisa con
una mueca triste de adiós y saltó al andén.
El camino a la salida de la estación de Shanghai es como un gigantesco
túnel por el que se embotan miles de personas en una auténtica riada
humana, y de nuevo el mar de cabezas ajenas y la música le ahogaron en
sus pensamientos mientras en su cabeza nacía esta historia. Al salir de
la estación el calor húmedo insoportable del verano monzónico le sacudió
como si quisiera cruzarle la cara, y tras andar media manzana hacia la
parada de taxis se quitó los cascos, se dió media vuelta y empezó a
buscar como un loco entre la marea humana que abarrotaba la plaza.
Tarde, al final, como siempre. Aquellos ojos dulces, aquella
conversación del sueño, aquella sonrisa, aquella historia que parecía
ser... todo aquello murió en un sueño, entre la transparente tela del
velo del tren.
Cabreado consigo mismo corrió a la parada de taxis, mirando
contínuamente alrededor pero ya sin fe, sabiendo que sólo había una
manera de darle vida a esa historia muerta en el tren. Llegó a casa,
enchufó el ordenador, y comenzó a teclear: "En un tren..."
-kali dixit, kali drinkit-
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