¿Qué tal?
Hay ciudades, o más bien círculos de personas, donde todas absolutamente
todas las conversaciones empiezan por un "¿Qué tal?". La mayoría de
ellos es absolutamente desinteresado, una mera cuestión de cortesía, una
variante dialéctica del simple "Hola".
En China la forma cordial dice "Ni chifanlama?" (transcripción
aproximada). Literalmente significa "¿Has comido ya?". El 100% de los
"laowais" (guiris) novatos entramos al trapo y respondemos. La mayoría
de los españoles ponemos alguna excusa sobre que en nuestra cultura
comemos a deshoras, mucho más tarde que aquí. Después de un rato dando
explicaciones, y a la vista de la cara de pollo que se le pone al chino
de turno, el españolito se calla a mitad de la frase comprendiendo
súbitamente que aquello era una cuestión de cortesía y que no esperaba
más respuesta que un simple gesto con la cabeza.
En esos círculos que decía antes, que hoy suponen el 90% de mi tiempo
con la humanidad, la gente me saluda con un "¿Qué tal?". Y en mi cabeza
surge un torbellino de ideas, de cosas sobre las que hablarle, que
vienen rondándome últimamente.
Podría hablar de mis secretos, de las razones por las que me escondo o
de cómo me he dado cuenta de ello y cómo lo odio. Podría hablarles de la
conversación super interesante que tuve ayer con una tía que me contaba
cómo de entre los aproximadamente 300 tíos con los que se ha acostado,
ni uno sólo ha conseguido que se corriera. O podría hablarle de cómo una
retahila de perversiones inconfesables recorren mi imaginación todos los
días. O de cómo me cabrean mis gatos cuando rompen todo lo de la casa y
cuando no me dejan dormir por la noche. Incluso de cómo echo de menos
últimamente a alguien en especial. Podría empezar por contarles cómo me
la pela el fútbol y cuánto me ha sorprendido encontrar a colegas que me
conocen contándome lo de España como si me interesara...
Podría contarles cómo va mi proyecto de empresa, y cómo todos los días
me planteo hasta qué punto quiero ir adelante con ello porque no quiero
atarme a una empresa creada en China, y continuar contándoles que lo que
a mí de verdad me apetece es irme a dar la vuelta al mundo en una moto,
con buena compañía.
Pero todo eso pasa en un segundo por mi cabeza, lo suficientemente
rápido para que no se note cuando contesto con un automático "Bien, ¿y
tú?". Y en ese preciso instante la persona que tengo delante deja de ser
una persona. Se convierte sencillamente en una
máquina de hablar,
y mi mente desconecta por completo, y por eso nunca soy capaz de
recordar lo que hable con él/ella, a veces ni tan siquiera su nombre.
Porque durante toda esa conversación, mi mente está muy, muy lejos...